Teatro Mínimo
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Teatro Mínimo

En el Paseo de Las Canteras, (Gran Canaria), se alzó el Teatro Mínimo en 1916. Un patio de butacas familiar puesto en pie por Claudio de la Torre, hermano mayor de Josefina, que brindó a la joven poeta la ocasión envolverse en los ropajes de actriz, subirse a un escenario y paladear la calidez de los aplausos, aunque ambos ignoraban entonces que en aquellas tablas a orillas de la playa se iniciaba una fecunda carrera teatral que les reportaría, en común y por separado, importantes reconocimientos y les mantendría en escena hasta bien pasada la segunda mitad del siglo XX.

Ya en los locos años veinte el Teatro Mínimo había consolidado su prestigio entre la escasa aunque notable nómina de intelectuales y artistas canarios, pero también entre la vecindad de la playa… Josefina de la Torre insistía en este detalle relevante: “Siempre invitábamos a los amigos de la playa, a los vecinos de la esquina… Y venían todos con sus ropas de domingo”….

Muy alejado en el fondo y en las formas este escenario playero del canon teatral de la España de entonces dominado por la naftalina. No así las tablas del Teatro Mínimo donde la hábil mano de Claudio de la Torre supo imprimir Vanguardia desde su estreno llevando a escena obras de autores como Bernard Show, Ibsen o Chejov… Y éstas fueron también las tablas donde Claudio dio sus primeros pasos como autor y director teatral sin sospechar que le aguardaban varios Premios Nacionales de Teatro y, en dos ocasiones, el Premio Nacional de Literatura.

Vanguardia y Modernismo

El Teatro Mínimo fue un escenario de descubrimientos, un embrión de talento. Los atrezzos y vestuarios de aquel teatro de salitre y arena registraron los trazos de genialidad de otro miembro de la saga familiar: Néstor Martín Fernández de la Torre, quien, andando el tiempo, se convertiría en el gran pintor modernista.

La prensa madrileña de la época se refirió a este pequeño escenario como el “Gran Teatro Mínimo” en parentesco con los escasos Teatros de Cámara españoles que por entonces apostaban por la renovación de la escena, la creación de un Teatro independiente, e incluso, por la creación de un nuevo público: El Mirlo Blanco, de Carmen Baroja y Carmen Monné, Teatre Intim, de Adriá Gual, El Caracol, de Rivas Cherif, El Búho, de Max Aub o el Teatro Fantástico, de Pilar Valderrama.